Aun cuando la nueva narrativa argentina, multiforme y plural, bien podría decir “mi nombre es Legión”, Francisco Cascallares sobresale nítidamente en cada uno de sus libros de cuentos con una obra en progreso original, precisa, compleja, que espera a los lectores con la paciencia tranquila de lo que está destinado a perdurar. En sus historias hay casi siempre un desdoblamiento entre un plano declaradamente “ficcional” y un plano donde se articula lo real, en algún resbaladizo y elusivo vínculo dentro de una familia o en una pareja, donde, como se dice en uno de los cuentos, “cualquier movimiento que se elija empieza a construir una dirección”. Pero, lejos de las operaciones de sustitución clásicas de los relatos fantásticos, los dos planos se aluden de las maneras más sutiles, con algo de la magia antigua de simpatías, o de campos gravitatorios que distorsionan sus órbitas al aproximarse. Con una escritura deliberada y a la vez asombrosamente natural, que levanta personajes y mundos a partir de detalles mínimos, Francisco Cascallares logra hacer confluir los procedimientos del relato norteamericano contemporáneo y la gran tradición del cuento fantástico argentino, en otra vuelta de tuerca que prueba una vez más, por si fuera necesario, que el talento siempre logra fugar hacia adelante.

Guillermo Martínez

Un mundo exacto - Francisco Cascallares

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Aun cuando la nueva narrativa argentina, multiforme y plural, bien podría decir “mi nombre es Legión”, Francisco Cascallares sobresale nítidamente en cada uno de sus libros de cuentos con una obra en progreso original, precisa, compleja, que espera a los lectores con la paciencia tranquila de lo que está destinado a perdurar. En sus historias hay casi siempre un desdoblamiento entre un plano declaradamente “ficcional” y un plano donde se articula lo real, en algún resbaladizo y elusivo vínculo dentro de una familia o en una pareja, donde, como se dice en uno de los cuentos, “cualquier movimiento que se elija empieza a construir una dirección”. Pero, lejos de las operaciones de sustitución clásicas de los relatos fantásticos, los dos planos se aluden de las maneras más sutiles, con algo de la magia antigua de simpatías, o de campos gravitatorios que distorsionan sus órbitas al aproximarse. Con una escritura deliberada y a la vez asombrosamente natural, que levanta personajes y mundos a partir de detalles mínimos, Francisco Cascallares logra hacer confluir los procedimientos del relato norteamericano contemporáneo y la gran tradición del cuento fantástico argentino, en otra vuelta de tuerca que prueba una vez más, por si fuera necesario, que el talento siempre logra fugar hacia adelante.

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